El mono y la cinta elástica
Godofredo Daireaux
Un mono entró por una ventana abierta en casa ajena y encontró colgada de un clavo una cinta elástica. La tomó de la punta, la estiró, y al soltarla sin pensar, vio que pegaba fuerte en la pared. Le gustó el juego; la estiró más y más, pegando así cada vez más fuerte en la pared.
Entonces pensó en estirarla con toda su fuerza para ver hasta dónde podría alcanzar y quién sería más fuerte, si él o la cinta. Estiró, estiró; la cinta se iba poniendo larga y más larga, pero se adelgazaba y también empezaba a resistir. El mono tiraba siempre, pero algo como un recelo íntimo le aconsejaba la prudencia, y parecía decirle no abusar, no tirar hasta el último límite. La cinta ya casi no daba; el mono se sentía a la vez, y no sin cierto deleite, tentado de seguir y con cuidado; daba tirones todavía, pero pequeños, y el instintivo temor de algo que, sin que supiera bien qué, le parecía poder ocurrir, exacerbaba su gozo.
Al fin, y cediendo a ganas casi enfermizas de tentar la suerte, dio una sacudida más y ¡zas! recibió en un ojo, con una fuerza bárbara, el clavo sacado de la pared por la cinta elástica.
Quedó tuerto, pero un poco más juicioso... dicen. ¿Quién sabe?
Un mono entró por una ventana abierta en casa ajena y encontró colgada de un clavo una cinta elástica. La tomó de la punta, la estiró, y al soltarla sin pensar, vio que pegaba fuerte en la pared. Le gustó el juego; la estiró más y más, pegando así cada vez más fuerte en la pared.
Entonces pensó en estirarla con toda su fuerza para ver hasta dónde podría alcanzar y quién sería más fuerte, si él o la cinta. Estiró, estiró; la cinta se iba poniendo larga y más larga, pero se adelgazaba y también empezaba a resistir. El mono tiraba siempre, pero algo como un recelo íntimo le aconsejaba la prudencia, y parecía decirle no abusar, no tirar hasta el último límite. La cinta ya casi no daba; el mono se sentía a la vez, y no sin cierto deleite, tentado de seguir y con cuidado; daba tirones todavía, pero pequeños, y el instintivo temor de algo que, sin que supiera bien qué, le parecía poder ocurrir, exacerbaba su gozo.
Al fin, y cediendo a ganas casi enfermizas de tentar la suerte, dio una sacudida más y ¡zas! recibió en un ojo, con una fuerza bárbara, el clavo sacado de la pared por la cinta elástica.
Quedó tuerto, pero un poco más juicioso... dicen. ¿Quién sabe?
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